Bitâcora de textos y notas varias

vendredi 31 août 2012

Leonardo Da Vinci: “La Saint-Anne” en el Louvre

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Está terminando una de las exposiciones más importantes del Louvre de este año, en cuanto a obras se refiere. Hablo de la muestra dedicada a la obra culminante de Leonardo Da Vinci: “La Saint-Anne”. La particularidad de esta es la exploración monotemática de la obra, que va desde la concepción hasta la realización de varias etapas intermedias. Innegablemente, la muestra ilumina claramente la fuerza creativa de Da Vinci, su obsesión por la perfección en el resultado de aquello que quería plasmar desde una perspectiva personal, inigualable podría pensarse, tratando este tema haciéndolo único en la historia de la pintura.
Como con Vermeer (en la exposición que El Prado le dedicó en 2003), siempre es un lujo estar en el lugar y el momento indicados para apreciar cuadros, dibujos y bocetos que sólo un trotamundos podría ver con tanta facilidad. La confrontación de obras hermanas o sucedáneas permite contrastar detalles, variantes, decisiones tomadas por un artista y que constituyen, cuadros vistos de por medio, el rasgo distintivo de su "genio" creador, del toque particular que lo diferencia de la masa. Sin embargo, hay también un lujo extra, el de descubrir aquellas variantes que derivan en la “desviación”. Hubiera querido detenerme más en las obras de la Saint Anne pero como el comentario que hago es completamente subjetivo, no hablaré tanto de ellas como de unas cuantas pinturas.
En la exposición, además de las distintas facetas que muestran la obsesión por lo perfecto que tenia Da Vinci en la creación de sus obras, aquellas que realmente le importaban, hay un rincón dedicado a los óleos que retomaron el sombrío e sugestivo "San Juan Bautista" del italiano.
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San Juan Bautista / Leonardo da Vinci
© 2002 RMN / Hervé Lewandowski

Envuelto en una profunda oscuridad, el que anuncia la buena nueva luce un brazo y el rostro como si surgiera de las tinieblas esbozando una sonrisa demasiado similar a la de la Gioconda. No es casual que la hermana del cuadro más visto del Louvre -quizá del mundo- se encuentre justo a un costado para recordar la cercanía de la disposición de los personajes y la semejanza de ciertos detalles en la composición. Por supuesto, tener a la “Gioconda del Prado” es todo un acontecimiento, pues es la primera vez que el cuadro sale para compararse con su hermana (a unos cuantos pisos de distancia). Quisiera dejar claro que la experiencia de ver la Gioconda pradiana es impresionante, pues se percibe el brillo y la vitalidad de los colores usados antaño y que en la Gioconda del Louvre se han ido perdido. Es como si pudiera verse un estadio “original” de la pintura, mediante la cual es posible intuir la pureza de visión que Da Vinci tuvo al emprender el cuadro (aunque haya sido para cumplir con la comanda del esposo de la modelo).

La Gioconda o Mona Lisa - Anónimo (Taller de Leonardo da Vinci). Museo del Prado

Pero, dejando de lado este cuadro, entre las telas que retoman al San Juan de Da Vinci hay uno que pertenece al museo del Ermitaje de San Petersburgo, el Ángel de la Anunciación (circa 1505-1513) y que sobresale por el matiz particular de la mirada que emana del personaje. Más que un beato, enviado para dar la buena nueva, el "ángel" semeja un súcubo: los ojos turbios de tono carmín retan con altanería y no poca procacidad al espectador que duda del titulo del cuadro. Quiero pensar, con toda la malicia que nos permite la distancia histórica y la experiencia individual que decidimos tener frente a las obras de arte, independientemente del momento en que fueron creadas, que no es tan errado imaginar que el pintor haga un guiño bastante obvio al origen común de ángeles y demonios.
Angel. Taller de Leonardo da Vinci. Óleo sobre tela, 66 x 47.3 cm. Italia. Siglo 16. Inv.no GJ-2349.
© The State Hermitage Museum. Photo by Vladimir Terebenin, Leonard Kheifets, Yuri Moldkovets.

De hecho, un espectador que debiera dar nombre a la pintura se inclinaría más bien por llamarla "Ángel de las tinieblas", "Cerbero de la lujuria", o cualquier otro apelativo que cerniese mejor el aire, lubrico y perverso, del cuadro patinado con un halo rojo y poco angelical según las imágenes típicas asociadas a los entes celestes. ¿El pintor de esta obra esbozó una Critica mordaz a la idea de la pureza de la virgen, ausente del cuadro? ¿Se debe ver en la mirada torva y altanera del ser la victoria de aquel que ha conseguido la victoria de la carne - y de la procreación?
En este sentido, la gemela de la Gioconda portaría mejor el titulo de Ángel de la Anunciación que el cuadro del Ermitaje... Sin embargo, la idea se desvanece frente al aspecto pagano de la mujer cuyo atractivo es el de develar una etapa mucho más luminosa de su hermana situada algunos pisos más arriba en el museo.
La muestra encierra sorpresas y, dado el número de espectadores promedio que recibe que impide tener una experiencia tranquila y sin prisas de las obras, sería ideal poder visitar de nuevo (o descubrir) la exposición en internet. Visitante regular del museo desde hace casi 10 años, sé que el museo ha tenido la gran idea de lanzar ocasionalmente un sitio internet dedicado a la muestra del Hall Napoleón. El resultado es obvio: volvió accesible una gran parte de las obras a todo tipo de internauta. Ahora, sin embargo, salvo una magra muestra visual de dos o tres cuadros y dibujos, no hay forma de acceder al contenido de la exposición.
No ignoro que realizar estos soportes de difusión es caro, y que hay una crisis en las instituciones culturales debido a la crisis económica, pero la labor de ciertas instituciones debería rebasar, aunque fuese de manera simbólica, la simple publicación de la información relativa a la exposición en cuestión. Lo que critico de los portales de los museos mexicanos (salvo excepciones) sobre las exposiciones temporales es aplicable al Louvre: pobreza de contenidos, raquítica información visual (seguramente debido a restricciones de venta de catálogos, de derechos de imagen pertenecientes a otras instituciones, etc). Así se llega al colmo de tener que pagar, por desgracia, para obtener información suplementaria mediante una aplicación utilizable sólo en smartphones.
            Volviendo a la exposición, no cabe duda que es un placer indescriptible ver y ver y ver pinturas de Da Vinci, aunque, como me sucedió en este caso, observar detenidamente la Gioconda del Prado y la pintura del Museo del Ermitaje han sido las mejores experiencias. Valgan las reproducciones colgadas aquí como compensación y logro diminuto para que se conozcan ambas, en especial la del Ermitaje, cuya reproducción se puede consultar por primera vez en línea, a la espera de verlas en vivo y directo, como deben verse las obras si queremos que nos impacten con toda su violencia, angelical o demoníaca. 


Publicado originalmente en Los Hijos de la Malinche: http://www.loshijosdelamalinche.com/literatura/leonardo-da-vinci-%E2%80%9Cla-saint-anne%E2%80%9D-02082012

El mundo común del Nobel de literatura y de Steve Jobs

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Es de sobra conocido que la venganza es un plato que debe consumirse frío. Esa misma distancia, que permite al comensal un disfrute y un juicio más ecuánime sobre lo que va a consumir, parece beneficiar también al acto de reflexionar sobre algún tema que ha dejado de ser de actualidad. Por esto quise esperar un tiempo suficiente para comentar dos acontecimientos que ocurrieron el pasado mes de octubre con unas horas de diferencia: el anuncio del ganador del premio Nobel de literatura y la muerte de Steve Jobs.
A todas luces hubo en los medios de comunicación una salva desmesurada de homenajes para el antiguo director de Apple, y en la calle asombrosas muestras de afecto por parte de la gente: las imágenes mostraban a los usuarios de las invenciones de Jobs (ipod, macs, iphones) depositando veladoras y flores frente a las tiendas de la marca como si fueran un memorial o un mausoleo. Tratado de autoritario, incluso de indiferente a la forma en que los obreros de las fábricas de sus invenciones eran tratados, la ola de empatía hacia la muerte de Jobs sin embargo fue unánime. ¿Por qué? Más que ser un inventor de genio, habría que hablar de un empresario que supo orientar a su compañía para concebir objetos que entraran en la vida de la gente. Así, las creaciones de Apple, en particular el ipod y el iphone, permitieron algo que raras veces sucede: la simbiosis entre una pasión individual y un objeto modelable a voluntad. Lo que era en un principio un cajón de sastre de sonidos, un walkman digital, Jobs lo convirtió en un concepto que, a la larga, transformaría al iPod en otro de esos “kleenex” de nuestra vida cotidiana.
Pero más allá de la dominación del mercado, importa detenerse en el fenómeno que acarrea el objeto. En él se encuentra la memoria sonora de una persona, en él se encuentra cientos, miles de horas que representan sus estados de ánimo, sus recuerdos, experiencias inolvidables o desoladoras, todo en unos cuantos gramos de policarbonato y de silicio. El ipod se convirtió en muy poco tiempo en una segunda memoria portátil, material. Con el iPhone, la personalización del soporte que contiene la vida íntima y social del usuario promedio alcanzó un grado superior. El teléfono celular se ha vuelto hoy día la “casa” permanente del hombre nómada: agenda, bloc de notas, terminal internet conectada de forma permanente a las plataformas de información instantánea y compartida (email, Facebook, twitter, blogs…), el aparato es la terminal mediante la cual interactúa para tener una vida. Por eso cuando la gente llora a Jobs, lo hace agradecida con el “mesías” que puso la materialización de su imaginario y de su memoria acústica al alcance de la mano.
Es gracias a esa misma materialidad, presente en el libro (que empieza a perderse con los lectores digitales, dicho sea de paso), que se teje una unión curiosa con la entrega del premio Nobel. Como la música, la literatura es una adicción (o una inclinación que pierde cada vez más adeptos) difícil de compartir. Una novela, un cuento, un poema o una obra de teatro, constituyen una red complicada de recuerdos y de experiencias imaginativas que dan cuerpo a la memoria afectiva de la gente. Como ahora hay menos lectores de poesía que en otras épocas (antes, en la escuela había por lo menos una formación en la que se incluía la memorización de largos fragmentos, actividad que parece cada vez más aberrante pues se puede obtener la información en un abrir y cerrar de navegador), el premio pasó sin pena ni gloria. De hecho, hubo más barullo antes, cuando los medios se dedicaban a seguir los pronósticos del sitio ladbrook.com, sobre todo por la presencia de Bob Dylan, un “no escritor”, en la supuesta lista final. Sólo en autores de narrativa con cierta notoriedad, muchas veces polémicos por su recorrido existencial, por sus posturas ideológicas o por la “falta de calidad” de su obra, el barullo se demora  más allá de los 4 minutos de fama usuales (tiempo promedio de un videoclip o una canción, que es lo máximo que la gente parece soportar hoy día). Poco interés hay en el valor o el aporte de la obra de tal o cual escritor considerado como nobelizable a la literatura (lo que esto signifique). A pesar de todo, el premio sigue atrayendo a los lectores porque toca la fibra de su mundo personal, ese mismo que conecta a Apple con el bolsillo de la gente, pues toca un objeto mientras se pierde en los meandros de la lectura.
Desconozco las estadísticas, pero es indudable que la música representa una de las adicciones más importantes de nuestro tiempo. Lejos están los tiempos en los que la música era una únicamente una experiencia espectacular, es decir, realizada en vivo. De igual forma, parece que la lectura se parcela, se divide en fragmentos que pasan apenas por la coladera del twitter y sus 140 caracteres. Ironía de las cosas, los lectores contemporáneos de obras literarias se ven más atraídos y apasionados no por la poesía (breve en general), sino por la narrativa. Mientras más goza de su libertad, sumido en el caleidoscopio de la diversidad sin límites que habita (y cuyo solo impedimento es cuánto puede gastar para volverse más individual todavía), tal vez el hombre coetáneo que vive por completo en la modernidad, ese modus hodiernus incesante, necesita más que nunca una unidad precisamente a la dispersión y la minimización de los elementos que le dan sentido a la vida. Su vida. No extraña pues, al final, que Tranströmer atraiga tan poco.
Así, de tener de nuevo discurso social y cultural más fuerte y rector que aporte un marco vital para todos, no dudo que la narrativa pierda un día la preeminencia que tiene ahora y dé paso a un ritmo más moroso, más lento, en el que la poesía del sueco – y de otros tantos – podrá apreciarse en su lentitud. Por sorpresivo que parezca, creo que el Nobel de literatura de este año es visionario, imaginado para que podamos volver a él en el momento indicado. Entonces lo leeremos con fruición, teniendo a nuestra disposición todo el tiempo del mundo (y sus obras al alcance de la mano).
Cosa que haremos en un iPad o un kindle, por supuesto.
Imágen de melibro.com

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