Bitâcora de textos y notas varias

jeudi 24 octobre 2013

Adiós a la librería del Louvre

louvrelibreria

Había pensado dedicar las líneas del presente texto a hablar de la primera exposición temporal del 2013-2014 que abrió el museo del Louvre (http://www.louvre.fr) en su espacio principal del Hall Napoleon. Sin embargo, apenas salí del impresionante recorrido de esculturas en su mayoría, visibles en la muestra “La primavera del Renacimiento. La escultura y las artes en Florencia entre 1400 y 1460”, cometí el error de entrar a la librería tienda del museo y quedar noqueado por la impresión del nuevo local.
Llevo más de una década asistiendo regularmente al Louvre, y he visto con no poco desagrado cómo un espacio dedicado de forma casi exclusiva al arte y a la cultura (entiéndase lo que se quiera por este par de términos), ha cedido gran parte de su “territorio” a las sirenas de la crisis y de la exigencia del rendimiento económico. Hablo de “territorio” refiriéndome al pasillo que se encontraba después del control de seguridad que separaba al minicentro comercial del “Carroussel du Louvre” y la parte del museo. Primero empezó con la entrada de McDonalds (sí, un McDonalds) a esta parte donde había reproducciones de arte, una oficina de correos que vende timbres de colección (y no sólo unas estampillas sin chiste ni gracia), fast-food que dejó pasó más tarde a un Starbucks, cadena que no sólo se apropió de este local, sino que se extendió desde hace varios años en la capital como una plaga insufrible recuperando locales de galerías o de librerías incluso.
Ahora, la antaño librería-tienda del Louvre (planta baja y 1er piso respectivamente), un lugar que fungía como uno de los pocos recintos donde se exhibían y promovían obras impresas, tanto de difusión general como de investigación especializada, a todo tipo de visitante (del más basto al más erudito), se ha transformado en una maravillosa boutique de recuerdos y reproducciones (planta baja) y, accesoriamente, en una librería (en el 1er piso). Antes de este cambio drástico del local, los libros, todo tipo de libros y revistas dedicadas a la antropología, la museología, las artes, las exposiciones de París, las novedades del museo, etc…, eran accesibles a cualquier persona que, buscando una postal o un catálogo, terminaba su día de visita vagando por los estantes repletos de libros, dejándole la posibilidad de encontrar algo que nunca hubiera pensado buscar por sí misma. Lo sé porque, gracias a esa vagancia inevitable del turista cultural, pude adquirir algunos libros de referencia para mi biblioteca (sin pensar mucho en el poco espacio que me queda en casa, por supuesto): Chagall, Kupka, monografías sobre el Arte de Oceanía o de América, la lista es larga.
Hoy día, por la natural inercia del ser vivo por la que priva la ley del menor esfuerzo, la planta baja, en donde se pueden adquirir reproducciones de objetos conservados en el Louvre o en otros museos (como las esculturas de Pompon expuestas en el d’Orsay), es una colmena de cuyo enjambre rara vez se escapa algún incauto escaleras arriba. El espacio renovado, de blanco reluciente y luminarias de gran gusto, es un desolado terreno en el que un puñado de divagantes deambula con un cierto aire de demasía, como si tanto espacia les estorbara, como si la ausencia de más gente vaciara de su contenido a aquellos libros que miran con cierto resquemor, desprovistos de la pantalla que les daba ser un turista más que nunca va a una librería pero que de pronto se encuentra en una y aprovecha para hojear publicaciones sobre sumerios, el barroco, las excavaciones egipcias, los objetos de arte de la edad media, las cabezas maoí…
La antigua muchedumbre, el antaño murmullo que acompañaba los pasos de los turistas con el sonido de las hojas al darles vueltas han pasado a mejor vida. Con esto, los directivos de los espacios del Louvre han decidido sacrificar al libro en aras de la rentabilidad y el fino recuerdito de arte, sí, pero recuerdito al fin que, seamos sinceros, acaba casi siempre en un cajón o en una repisa cubierto de polvo. Es triste aceptarlo pero no me sorprenderá descubrir que, en breve, en un año o dos pongamos, los responsables del museo, “obligados por las leyes del mercado, por la autofinanciación a ultranza, por la famosa crisis” que nos enjaretan y de la que unos cuantos son culpables (y casi todos cómplices), saquen de circulación a los libros y cierre este acorralado 2° piso. Casi veo la escena: algún día volveré para recorrer una exposición como la de “La primavera del Renacimiento”, de la que me hubiese gustado subrayar el valor pues pone en primer plano a la escultura, un arte que suele tratarse de “poco vendedor”, pero de la que al final no diré nada, molesto y decepcionado porque afuera, ahí donde se juega el contacto cotidiano con el “arte”, aquellos que lo defienden dentro de los muros “consagrados” han dejado que la librería se desangre poco a poco, asumiendo que es un espacio inútil del que hay que deshacerse. Mientras más pronto, mejor aún. Eso sí, no se pierdan las aplicaciones de smartphones para visitar la exposición que, puntualmente, encontrarán en su tienda favorita en línea.

mercredi 16 octobre 2013

Presentaciôn de 'Voces de la Montaña' en Madrid - 3 de octubre de 2013

El pasado jueves 3 de octubre presentamos Diego Alamos (editor de Chancacazo), Juan Carlos Chirinos (escritor) y yo Voces de la montaña en la librerîa-espacio cultural Centro de Arte Moderno de Madrid

Aquí el video de la charla con el breve texto que leyó Juan Carlos Chirinos: "Ramuz en el precipicio" (que se puede leer mâs abajo)






La primera imagen que se me viene a la cabeza mientras leo es doble: Sherwood Anderson y Wenceslao Fernández Flórez. Como el lector cuando lee se lee a sí mismo y también el acto de leer es el acto de sumar lecturas, es inevitable buscar comparaciones en nuestra memoria cuando se lee a un nuevo autor. Sólo de esta manera podremos destilar las diferencias, las particularidades que hacen único a ese autor. Y Ramuz es uno de esos autores únicos y, por eso mismo, comparte similitudes con los grandes. Los quince relatos que componen Voces de la montaña muestran a un lector primerizo como yo, la fuerza de una voz que sabe lo que busca. Los dos libros de donde han sido traducidos, según afirma el pie de imprenta, Nouvelles y Les Servants et autres Nouvelles, fueron publicados pocos años antes de su muerte, en 1944 y 1946, respectivamente, así que se trata de los cuentos de un autor que ha demostrado con creces el dominio de su oficio.

Y digo Sherwood Anderson y digo Wenceslao Fernández Flórez porque, aparte de ser prácticamente contemporáneos, esto es, de haber percibido de alguna manera el mismo espíritu de los tiempos (el final de la Belle Époque con la Gran Guerra y el ascenso del fascismo en Europa), sus respectivas obras tienen varios puntos en común que resuenan unas en otras. El aire rural, los toques fantásticos, los personajes que perduran de un relato a otro, la voluntad de unidad entre los textos que, aunque son relatos independientes buen pueden leerse como una sola «historia», la historia de un pueblo en particular. Así, no tiene nada de raro que, mientras leía los cuentos de Voces en la montaña, percutieran en mi memoria los relatos de Winesburg, Ohio y de El bosque animado, esta última publicada casi al mismo tiempo que los relatos de Ramuz.
¿Y cómo no pensar en estas relaciones cuando se lee un relato como Los sirvientes, esa especie de duendes mágicos que hacen favores pero que también castigan con travesuras a veces peligrosas; o cuando el narrador presenta a un imprudente enamorado a punto de morir por buscar un sencillo —pero difícil de hallar— ramito de edelweiss para su amada en Llamada de auxilio? También cuando la naturaleza es una amenaza, como ocurre en el relato que le da título al volumen, Voces de la montaña, y en Escena del bosque, en el que un leñador sucumbe bajo el peso de un árbol derribado. En cambio, en La caída del niño, los sentimientos más feroces salen a flote por culpa de una madre descuidada —¿y con un amante?— que abandona a su hijo de cinco años a su inevitable suerte. Ciertos sentimientos distorsionados por las acciones y por el discreto laconismo del autor —estrategia narrativa que Ramuz maneja con maestría— crean situaciones que parecen paisajes de enorme extensión salpicados por seres incapaces de canalizar sus pasiones, tal como ocurre en El lago de las señoritas. Porque detrás del hermoso escenario que son las montañas suizas, se esconden las pasiones que han acuciado a los seres humanos desde siempre, envidia, pereza, mezquindad... y la miseria, la resignada miseria que acompaña a cada uno de estos personajes que los convierte en víctimas de las circunstancias que quizá ellos mismos haya propiciado, y así podemos leerlo en relatos como Sequía y, sobre todo, La feria, donde una pareja de ancianos hace un dificultoso viaje a la ciudad para vender una cabra que finalmente compra un vecino de ellos, con lo cual ese arduo viaje pierde todo sentido.

Leo a Ramuz y recuerdo a Sherwood, a Wenceslao, sí; pero también, y a causa de la ferocidad con que la naturaleza cincela el carácter de los personajes, viene a mi cabeza La madre naturaleza, de Emilia Pardo Bazán: porque allí donde la naturaleza impone su ley, la belleza artificial tiene los días contados. Y en Voces de la montaña Ramuz camina por el filo de un precipicio que no es el de una de las montañas de su Lausana natal, sino por el precipicio del lenguaje mesurado que pone en escena las pasiones de seres indefensos, constreñidos por siglos de sometimiento a la ley implacable de la naturaleza: y la caída desde esa altura suele ser más dolorosa.



'Columna de libros: Voces y silencios en la montaña' por Alida Mayne-Nicholls Verdi



¿Cuánto dura una caminata en el bosque bajo la lluvia? ¿Un trayecto habitual para ir a casa? ¿Qué puede ocurrir aparte de la lluvia que cae del cielo, las gotas que se deslizan por las ramas y el lodo que se forma a los pies? El cuento “La joven salvaje” de Charles-Ferdinand Ramuz son unas pocas páginas en que un hombre joven lleva a Lucienne, la joven salvaje, a casa. Al principio la lleva cargada, ¿está ella inconsciente? Cuando parece despertar, lucha, le muerde la oreja, y prefiere ella caminar y encabezar la marcha, decidida, aunque se hunda en el barro. Él la sigue y al mismo tiempo la admira. El cuento repara en un momento breve, una anécdota que podría parecer sin trascendencia alguna. Y no contesta preguntas: ¿la lleva a la fuerza?, ¿por qué van a esa casa?, ¿cuál es la relación entre ambos? La verdad es que encontrar esas respuestas no tiene valor alguno. El poder de este cuento está en la narración simple, pero exquisita, en que pareciera que nosotros también nos mojamos, o que, tal vez, hemos visto a esa inusual pareja a lo lejos en el bosque.
Charles-Ferdinand Ramuz (1878-1947) es un escritor suizo que abordó en sus textos los paisajes y personajes del campo y la montaña. Al parecer era un enamorado de esos panoramas, o bien de las posibilidades que le abría para hablar del hombre y su entorno. Él, sin embargo, era un hombre de ciudad y que pasó muchos años viviendo en París.
En los breves relatos que encontramos en Voces de la montaña, una hermosa edición de Chancacazo, con la traducción de Iván Salinas, nos daremos cuenta de que la naturaleza podrá parecer bucólica, pero esconde tragedias, peligros o bien, vidas muy difíciles, como lo muestra el hermoso relato de una familia de feriantes que apenas tiene para comer, en el que despluman un gallo azulado para lanzarlo a la olla. Estos devenires no están puestos ahí por azar, sino con el afán de dar cuenta de los personajes. La conexión entre hombres y mujeres y naturaleza, nos muestra lo que pasa en torno a sucesos imprevistos, pero también las consecuencias de actos que pueden parecer tan sencillos como ir a la montaña a sacar flores para la enamorada: “Una manchita blanca de este lado, otra más lejos: unas como estrellas de algodón con un corazón amarillo que se agitaban suspendidas en el abismo y a las que Mudry amasaba no sin peligro y esfuerzo, aunque ya había tomado tres” (72)
Cuando uno piensa en el título –que es también el título de uno de los cuentos- puede pensar a priori que se trata literalmente de la voz de la montaña: ¿cómo nos habla? En parte es así, la montaña brama, los truenos de las tormentas son ensordecedores, el viento silba; pero la voz humana dentro de esos paisajes no puede ser olvidada, aunque el entorno le pueda jugar una mala pasada, o quizás no puede ser olvidada porque la naturaleza es impredecible. “Entonces, como había dicho que lo haría, lo llama, echa la cabeza un poco para atrás, acomoda sus manos para que su voz porte: ‘¡O-ee!’ El sonido asciende, pasa del otro lado de la garganta de la montaña” (110-111). Pero las voces no son siempre escuchadas. La voz de Ramuz en estos cuentos debería serlo.

Nota sobre 'Voces de la Montaña" en la sección de Cultura del diario 'Las Últimas Noticias'


'Voces de la montaña. Cuentos reunidos' por Charles-Ferdinand Ramuz - Traducción de Iván Salinas

Hace unos meses salió publicada la traducción que hice de unos cuentos y relatos del suizoCharles-Ferdinand Ramuz en -> Chancacazo Publicaciones.

Esta es la breve nota que sirve de presentación a la antología -> Voces de la montaña :






El desánimo de la 2ª Guerra mundial silenció la voz inconfundible de Charles-Ferdinand Ramuz (1878-1947). A lo largo de su obra, en gran parte narrativa, el escritor suizo más importante de la 1ª mitad del siglo XX exploró y dio vida a los paisajes montañosos y lacustres de su región natal. A contracorriente de las vanguardias de esos años, preocupadas más bien en dar cuerpo a la modernidad y al inconsciente  del hombre, Ramuz prefirió retratar a la gente de la provincia francófona helvética utilizando un lenguaje coloquial falsamente realista, más cercano al lenguaje regional de todos los días con su “hablar mal” que a la lengua manierista que debía aprenderse en los institutos. Esta poética, que tanta polémica creo en aquellos años, fue defendida por autores como Gide o Céline, y ampliamente apreciada en toda América, en particular por Juan Rulfo.

En esta selección de cuentos, inéditos hasta la fecha en español, el lector actual podrá adentrarse en la visión profunda y afectuosa que Ramuz tenía de la naturaleza suiza, a ratos un personaje más del maravilloso drama de la gente del campo en su relación con los elementos (a veces placentera, a veces tortuosa), y en otros el animado trasfondo del sencillo retrato que realizó de las vivencias más simples y constantes del ser humano: el amor, el duelo, las pasiones, la enfermedad, la desgracia de los accidentes, la insospechada felicidad de estar vivo…